
Una de las despedidas más difíciles ocurre cuando amamos a alguien, y al mismo tiempo, vemos que es imposible construir una relación saludable con ellos.
Es un momento de profunda introspección, donde el corazón y la mente debaten si quedarse o irse.
Bueno, quedarse significaría seguir esperando cambios que no vienen, tolerar acciones que nos hacen daño, aceptar el mínimo esfuerzo, perdernos tratando de no perderlo.
A veces, la esperanza nos vincula a situaciones insostenibles.
Nos aferramos a la idea de que las cosas van a mejorar, pero la realidad es que eso no siempre sucede.
Valor es admitir cuando es hora de renunciar y dejar ir.
Sabemos que irnos dolerá; pero será el camino que nos llevará a la curación.
El dolor de la separación es inevitable, pero también es el primer paso hacia la curación.
Alejándonos de lo que nos hace daño, permitimos que nuestras heridas sanen.
Es un acto de amor propio y cuidado personal.
En cambio, estar solo continuará abriendo la herida cada vez más.
Permanecer en una relación tóxica o incumplida prolonga el sufrimiento.
Cada día que pasa en esa situación, la herida se hace más profunda.
Es como abrir una herida varias veces.
A veces eliges irte, no por falta de amor de esa persona, sino por tu propio amor que te mueve a cuidarte.
Y con amor te vas .
La decisión de separar no es un acto de falta de amor por el otro, sino un acto de amor hacia uno mismo.
Quiero decir: «Me amo lo suficiente como para no permitirme sufrir más”.
Y en ese amor propio, encontramos la fuerza para decir adiós, estar en paz y seguir adelante.
Recuerda que cada adiós es una oportunidad para crecer, aprender y transformar.
A veces el mayor acto de amor es liberar lo que ya no nos alimenta, hacer espacio para nuevas experiencias.