¿Te suena familiar esa sensación de tener la agenda llena de cosas que… en realidad no querías hacer?
Decir «no» se ha vuelto casi un superpoder en estos tiempos. Y no es para menos. Vivimos diciéndole que sí a todo: a la reunión que podría ser un email, a la cena familiar cuando estamos agotados, a ese favor que nos piden justo cuando más ocupados estamos.
Pero aquí está la cosa… Cada «sí» que no sentimos, es un «no» a nosotros mismos.
La trampa del «sí automático»
Imagínate esto: suena el teléfono. Es tu amiga preguntando si puedes cuidar a su perro este fin de semana. Tú tenías planeado descansar, leer ese libro que tienes pendiente. Pero… ¿qué dices? «¡Claro que sí!»
Cinco minutos después estás ahí, preguntándote por qué dijiste que sí. Otra vez.
Pequeños «no» que cambian todo
La magia no está en convertirte en una persona antipática. Para nada. Está en esos pequeños «no» que te devuelven el control de tu tiempo y tu energía.
«No puedo quedarme hasta tarde hoy.» «No, este fin de semana tengo planes conmigo mismo.» «No es el mejor momento para mí.»
Y respirar. Dejar que el «no» salga sin justificaciones eternas.
Porque resulta que cuando empiezas a decir «no» a lo que no te suma… automáticamente le dices «sí» a lo que realmente importa. A tu paz. A tu tiempo. A ti.
Y eso, créeme, es un arte que vale la pena dominar.
