¿Te has preguntado alguna vez por qué siempre corremos? Por qué vivimos en este constante estado de… caos.
Mira, yo también estuve ahí. Agenda llena, teléfono sonando, mil cosas por hacer. Y al final del día… vacío total. Como si hubiera estado muy ocupada siendo ocupada, ¿sabes?
Renunciar a una vida caótica no es tirar todo por la borda. No. Es más bien… respirar profundo y preguntarte: «¿Qué de todo esto realmente importa?»
Empecé por algo simple: decir «no» más seguido. Esa reunión que podía ser un email. Esa salida que no me emocionaba para nada. Ese sí automático que daba por compromiso.
Y después… las mañanas. Antes saltaba de la cama directo al caos. Ahora me doy cinco minutos. Solo cinco. Para sentir mi respiración, para conectar conmigo.
¿El resultado? Menos cosas, pero más vida. Menos ruido, más claridad.
No te voy a mentir, al principio da miedo. Vivimos tan acostumbrados al drama constante que la calma se siente… rara. Como si estuviéramos haciendo algo mal.
Pero no es así. El caos no es sinónimo de productividad. Ni de éxito. Ni de que estamos viviendo una vida plena.
Renunciar al caos es renunciar al piloto automático. Es elegir conscientemente cómo quieres que se vea tu día, tu semana, tu vida.
Empieza pequeño. Una cosa menos en tu lista. Una pausa más en tu día. Un momento de silencio entre tanto ruido.
