¿Te has preguntado alguna vez por qué, a pesar de tener la agenda llena, sientes que algo te falta?
Es curioso, ¿no? Corremos de un lado para otro. Reuniones, llamadas, compromisos… Y al final del día, cuando por fin nos detenemos…
Ahí está. Ese vacío.
No es que estemos haciendo las cosas mal. Es que muchas veces confundimos estar ocupados con estar vivos. Llenamos cada minuto porque… bueno, porque pensamos que eso es productividad. Que eso es éxito.
Pero aquí va la cosa: tu alma no entiende de productividad.
Piénsalo. ¿Cuándo fue la última vez que te sentaste sin hacer nada? Sin el móvil, sin la tele, sin nada. Solo tú y… tú. Probablemente hace mucho, ¿verdad?
Ese vacío que sientes no es casualidad. Es tu esencia pidiendo espacio. Es tu verdadero yo diciéndote: «Oye, aquí estoy. ¿Te acuerdas de mí?»
María, una amiga mía, me decía hace poco: «Tengo todo lo que quería tener, pero me siento como si viviera la vida de otra persona». Y es que el problema no es lo que hacemos… sino cómo lo hacemos.
La ocupación sin propósito es ruido. Y ese ruido ahoga nuestra voz interior.
No se trata de tirar todo por la borda. Se trata de crear espacios de silencio. De respirar. De preguntarte: «¿Esto que estoy haciendo me nutre o solo me mantiene ocupado?»
