
Al poco tiempo, los habitantes de la aldea habían descubierto que la serpiente se había hecho inofensiva. De modo que se dedicaban a tirarle piedras y a arrastrarla de un lado a otro agarrándola por la cola.
La pobre y apaleada serpiente se arrastró una noche hasta la casa del Maestro para quejarse.
El Maestro le dijo:
– Amiga mía, has dejado de atemorizar a la gente y eso no es bueno.
– ¡Pero si fuiste tú quien me enseñó a practicar la disciplina de la no violencia!
– “Yo te dije que dejaras de hacer daño, no de silbar”.
Muchas veces creemos que dejarnos pisotear de los demás es ser buenas personas, pero no es así; debemos de cuidar de nosotros mismo, defendernos y accionar cuando sea necesario; ser fuertes y contundentes es parte de vivir una vida en equilibrio.